Apagón en Caracas

CUANDO no se han cumplido todavía los tres meses de la espectacular y publicitada muerte del comandante en jefe y líder máximo de Venezuela y del socialismo del siglo XXI, la figura del inolvidable Hugo Chávez avanza a paso de ganso hacia el olvido. Se secaron las lágrimas y se apagaron los sollozos de sus herederos políticos y el nombre del paracaidista de Barinas es ahora sólo una referencia oportunista en los discursos que animan la tángana nacional que asola el país.

Cada día lo mencionan menos. Aparece con mayor frecuencia en las peroratas del cuestionado presidente Nicolás Maduro, el más necesitado de aquél fantasma. El salvador de la patria, el revolucionario que daba de comer al caballo de Simón Bolívar, surge con fervor impostado puntualmente para tratar de convocar la emoción de un proceso que dejó a los venezolanos con fiebre alta y otros síntomas pasajeros de antiimperialismo. La catástrofe de una nación rota, dividida, peligrosa y hambreada donde es más fácil conseguir un revólver y seis balas que un paquete de harina, unos jabones y un tubo de crema dental.

No se le puede recordar por su obra ni por su cuerpo de ideas. Sus insultos, sus rancheras, sus heroicidades como jugador de béisbol y bailarín son parte de un anecdotario de sainete que las urgencias de la vida diaria relegan para el tiempo en que los venezolanos sepan qué va a pasar con su presente y con su provenir. Para cuando haya un gobierno legítimo y reconocido por todos y una oposición fuerte, efectiva, con garantías, que les garantice una vida democrática, progreso y estabilidad económica.

A Hugo Chávez lo apartó de la vida un cáncer. De la memoria de la sociedad que gobernó como un negocio particular durante 14 años, lo saca a toda velocidad su mala gestión, la ambición de convertirse en un líder mundial con el petróleo venezolano y los desplantes totalitarios aprendidos en Cuba y pespunteados por su vocación de gorila con escopeta.

La realidad de Venezuela es tan dramática y desconcertante que ni los amigos ni los enemigos de Chávez tienen tiempo para pensar en el culpable. Los viejos cómplices se matan entre ellos para quedarse en el poder. Los demócratas y la ciudadanía buscan salidas para un escenario violento en el que la fuerza bruta y la falta de libertad son cada día más graves que la escasez de arepas.